Palabras de Vida del Gran Maestro

Capítulo 8

El mayor tesoro

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"ADEMÁS, el reino de los cielos es semejante al tesoro escondido en el campo; el cual hallado, el hombre lo encubre, y de gozo de ello va, y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo".

En los tiempos antiguos, los hombres acostumbraban esconder sus tesoros en la tierra. Los robos eran frecuentes, y cuando quiera que hubiese un cambio en el poder gobernante, los que tenían grandes posesiones estaban expuestos a que se les aplicasen pesados tributos. Por otra parte, el país estaba en constante peligro de ser invadido por ejércitos merodeadores. Por consiguiente, los ricos trataban de preservar sus riquezas ocultándolas, y la tierra era considerada como un seguro escondite. Pero a menudo se olvidaba el lugar en que se había escondido el tesoro; la muerte podía arrebatar al dueño; el encarcelamiento o el destierro podían alejarlo de su tesoro, y la riqueza cuya preservación le había costado tanto trabajo, era dejada para la persona afortunada que la encontrase. En los días de Cristo no era raro descubrir en un terreno descuidado viejas monedas y ornamentos de oro y plata.

Un hombre alquila un terreno para cultivarlo, y mientras ara la tierra con sus bueyes, desentierra un tesoro. En seguida ve que una fortuna se halla a su alcance. Restituyendo el oro a su escondite, regresa a casa y vende todo lo que tiene para comprar el terreno que contiene el tesoro. Su familia y sus vecinos piensan que procede como un loco. No ven valor alguno en ese terreno descuidado. Pero el hombre sabe lo que hace, y cuando tiene el título del campo, revuelve cada parte de él para encontrar el tesoro que ha conseguido.

Esta parábola ilustra el valor del tesoro celestial y el esfuerzo que deberíamos hacer para obtenerlo. El que encontró el tesoro en el campo estaba listo para abandonar todo lo que tenía y realizar una labor incansable, a fin de obtener las riquezas ocultas. Así el que halla el tesoro celestial no debe considerar ningún trabajo demasiado grande y ningún sacrificio demasiado caro para ganar los tesoros de la verdad.

En la parábola, el campo que contiene el tesoro representa las Sagradas Escrituras. Y el Evangelio es el tesoro. La tierra misma no se halla tan entretejida de vetas de oro ni está tan llena de cosas preciosas como sucede con la Palabra de Dios.

Cómo fue escondido

Se dice que los tesoros del Evangelio están escondidos. Aquellos que son sabios en su propia estima, los que están hinchados por la enseñanza de la vana filosofía, no perciben la hermosura, el poder y el misterio del plan de la redención. Muchos tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen; tienen intelecto, pero no disciernen el tesoro escondido.

Un hombre podría pasar por el lugar donde había sido escondido el tesoro. Estando en horrible necesidad, podría sentarse a descansar al pie de un árbol, no sabiendo nada de las riquezas escondidas entre sus raíces. Tal ocurrió con los judíos. Cual áureo tesoro, la verdad había sido confiada al pueblo hebreo. El sistema de culto judaico, que llevaba la firma celestial, había sido instituido por Cristo mismo. Las grandes verdades de la redención se hallaban veladas tras los tipos y los símbolos. Sin embargo, cuando Cristo vino, no reconocieron a Aquel a quien señalaban todos los símbolos. Tenían la Palabra de Dios en su poder; pero las tradiciones que habían pasado de una generación a otra y la interpretación humana de las Escrituras, escondieron de su vista la verdad tal cual es en Jesús. La significación espiritual de los Sagrados Escritos se perdió. El lugar donde estaba atesorado todo el conocimiento les estaba abierto, pero no lo sabían.

Dios no esconde su verdad de los hombres. Por su propia conducta, ellos la oscurecen para sí mismos. Cristo dio al pueblo judío abundantes evidencias de que era el Mesías; pero su enseñanza exigía un cambio decidido en sus vidas. Ellos vieron que si recibían a Cristo debían abandonar sus máximas y tradiciones favoritas y sus prácticas egoístas e impías. Exigía un sacrificio el recibir la verdad invariable y eterna. Por lo tanto, no admitieron la más concluyente evidencia que Dios pudo dar a fin de establecer la fe en Cristo. Profesaban creer en las Escrituras del Viejo Testamento, y sin embargo rehusaron aceptar el testimonio que contenían con respecto a la vida y el carácter de Cristo. Temían ser convencidos, no fuera que se convirtieran y se vieran impelidos a abandonar sus opiniones preconcebidas. El tesoro del Evangelio, el Camino, la Verdad y la Vida estaba entre ellos, pero rechazaron la dádiva más grande que los cielos pudieran conceder.

"Aun de los príncipes, muchos creyeron en él -leemos-, mas por causa de los fariseos no le confesaban, por no ser echados de la sinagoga". Estaban convencidos. Creían que Jesús era el Hijo de Dios; pero el confesarlo no estaba de acuerdo con sus ambiciosos deseos. No tenían la fe que podría haberles conseguido el tesoro celestial. Estaban buscando tesoro mundanal.

Y los hombres de nuestros días están buscando afanosamente los tesoros terrenales. Su mente está llena de pensamientos egoístas y ambiciosos. Por ganar las riquezas, el honor o el poder mundanos, colocan las máximas, las tradiciones y los mandamientos de los hombres por encima de los requisitos de Dios. Las riquezas de su Palabra se hallan ocultas a estas personas.

"El hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente".

"Si nuestro Evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto: en los cuales el dios de este siglo cegó los entendimientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la lumbre del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios".

El valor del tesoro

El Salvador vio que los hombres estaban absortos en conseguir ganancias y perdían de vista las realidades eternas. Intentó corregir este mal. Trató de romper el hechizo infatuador que paralizaba el alma. Elevando su voz clamó: "¿De qué aprovecha al hombre, si granjeara todo el mundo, y perdiere su alma? O ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?" Cristo presenta ante la humanidad caída el mundo más noble que ha perdido de vista, a fin de que contemplen las realidades eternas. Los transporta hasta los umbrales del Infinito, resplandeciente con la indescriptible gloria de Dios, y les muestra allí el tesoro.

El valor de este tesoro es superior al oro o la plata. Las riquezas de las minas de la tierra no pueden compararse con él.

"El abismo dice: No está en mí:
Y la mar dijo: Ni conmigo.
No se dará por oro,
Ni su precio será a peso de plata.
No puede ser apreciada con oro de Ophir,
Ni con onique precioso, ni con zafiro.
El oro no se le igualará, ni el diamante;
Ni se trocará por vaso de oro fino.
De coral ni de perlas no se hará mención:
La sabiduría es mejor que piedras preciosas".
Este es el tesoro que se encuentra en las Escrituras. La Biblia es el gran libro de texto de Dios, su gran educador. El fundamento de toda ciencia verdadera se halla en la Biblia. Cada rama del conocimiento puede ser hallada escudriñando la Palabra de Dios. Y sobre toda otra cosa contiene la ciencia de todas las ciencias, la ciencia de la salvación. La Biblia es la mina de las inescrutables riquezas de Cristo.

La verdadera educación superior se obtiene estudiando y obedeciendo la Palabra de Dios. Pero cuando la Biblia se deja de lado en beneficio de libros que no conducen a Dios y al reino de los cielos, la educación adquirida es una perversión de ese nombre.

Hay en la naturaleza verdades maravillosas. La tierra, el mar y el cielo están llenos de verdad. Son nuestros maestros. La naturaleza hace oír su voz en lecciones de sabiduría celestial y verdad eterna. Pero el hombre caído no entenderá. El pecado ha nublado su visión, y por sí mismo no puede interpretar la naturaleza sin colocarla por encima de Dios. Las lecciones correctas no pueden impresionar la mente de aquellos que rechazan la Palabra de Dios. La enseñanza de la naturaleza se halla tan pervertida por ellos que aparta la mente del Creador.

Muchos enseñan que la sabiduría del hombre es superior a la sabiduría del divino Maestro, y se considera al libro de texto de Dios como anticuado, pasado de moda y carente de interés. Pero no lo consideran así aquellos que han sido vivificados por el Espíritu Santo. Ellos ven el inapreciable tesoro, y lo venderían todo para comprar el campo que lo contiene. En vez de los libros que contienen las suposiciones de los autores reputados como grandes, eligen la Palabra de Aquel que es el mayor autor y el mayor maestro que jamás haya conocido; que dio su vida por nosotros, a fin de que por su medio tuviésemos vida eterna.

Resultados de descuidar el tesoro

Satanás obra en las mentes de los hombres, que los induce a pensar que hay conocimientos maravillosos que pueden ser adquiridos fuera de Dios. Mediante razonamientos engañosos, él indujo a Adán y Eva a dudar de la palabra de Dios, y a colocar en su lugar una teoría que los guió a la desobediencia. Y sus sofismas están haciendo hoy lo que hicieron en el Edén. Los maestros que mezclan con la educación que dan, los sentimientos de autores incrédulos, siembran en la mente de la juventud pensamientos que los inducirán a desconfiar de Dios y transgredir su ley. Poco saben ellos lo que hacen. poco se dan cuenta de cuál será el resultado de su obra.

Un estudiante puede cursar todos los grados de las escuelas y colegios de nuestra época. Puede dedicar todas sus facultades a adquirir conocimientos. Pero a menos que tenga un conocimiento de Dios, a menos que obedezca las leyes que gobiernan su ser, se destruirá a sí mismo. Por hábitos erróneos pierde la facultad de valorarse. Pierde el dominio propio. No puede razonar correctamente acerca de los asuntos que más íntimamente le conciernen. Es descuidado e irracional en la forma de tratar su mente y su cuerpo. Por hábitos erróneos, se arruina. No puede obtener la felicidad; pues su descuido en el cultivo de los principios puros y sanos lo colocan bajo el dominio de los hábitos que destruyen su paz. Sus años de estudio abrumador se pierden, por que se ha destruido a sí mismo. Ha empleado mal sus facultades físicas y mentales, y el templo de su cuerpo se halla en ruinas. Está arruinado para esta vida y para la venidera. Pensó obtener un tesoro adquiriendo conocimiento y sabiduría terrenales; pero por dejar a un lado la Biblia sacrificó su tesoro que vale más que cualquier otra cosa.

Buscad el tesoro

La palabra de Dios ha de ser nuestro estudio. Hemos de educar a nuestros hijos en las verdades que allí encontramos. Es un tesoro inagotable; pero los hombres no lo encuentran porque no lo buscan hasta posesionarse de él. Muchos se contentan con una suposición acerca de la verdad. Se conforman con una obra superficial, dando por sentado que tiene todo lo que es esencial. Consideran los dichos de otros como la verdad, y son demasiado indolentes para aplicarse a un trabajo fervoroso y diligente, representado en la Palabra por el acto de cavar para hallar el tesoro oculto.

Pero las invenciones de los hombres no solamente no son dignas de confianza, sino que son peligrosas, pues colocan al hombre en el lugar que corresponde a Dios. Colocan los dichos de los hombres donde debería hallarse un "Así dice Jehová".

Cristo es la verdad. Sus palabras son verdad, y tienen un significado más profundo del que aparentan tener en la superficie. Todos los dichos de Cristo tienen un significado que sobrepuja su modesta apariencia. Las mentes avivadas por el Espíritu Santo discernirán el valor de esos dichos. Hallarán las preciosas gemas de verdad, aun cuando sean tesoros escondidos.

Las teorías y especulaciones humanas nunca conducirán a una comprensión de la Palabra de Dios. Aquellos que suponen que entienden la filosofía piensan que sus explicaciones son necesarias para abrir los tesoros del conocimiento e impedir que las herejías se introduzcan en la iglesia. Pero son estas explicaciones las que han introducido falsas teorías y herejías. Los hombres han hecho esfuerzos desesperados por explicar los que ellos pensaban que eran textos intrincados; pero demasiado a menudo sus esfuerzos no han hecho sino oscurecer aquello que trataban de explicar.

Los sacerdotes y los fariseos pensaban estar haciendo grandes cosas como maestros, colocando sus propias interpretaciones por sobre la Palabra de Dios; pero Cristo dijo de ellos: "No sabéis las Escrituras, ni la potencia de Dios". Los declaró culpables de enseñar "como doctrinas mandamientos de hombres". Aunque ellos eran los maestros de los oráculos divinos, aunque se suponía que entendían la Palabra, no eran hacedores de la misma. Satanás había cegado sus ojos, de tal manera que no viesen su verdadera importancia.

Esta es la obra que muchos hacen en nuestra época. Muchas iglesias son culpables de este pecado. Hay peligro, gran peligro de que los presuntos sabios de nuestra época repitan lo que hicieron los maestros judíos. Interpretan falsamente los oráculos divinos, y las almas quedan sumidas en la perplejidad y las tinieblas a causa de su errónea concepción de la verdad.

Las Escrituras no necesitan ser leídas a la luz empañada de la tradición o la especulación humana. El explicar las Escrituras por la especulación o la imaginación del hombre, es como tratar de alumbrar el sol con una antorcha. La santa Palabra de Dios no necesita de la débil luz de la antorcha de la tierra para que sus glorias sean visibles. Es luz en sí misma: la gloria de Dios revelada; y fuera de ella toda otra luz es empañada.

Pero debe haber fervoroso estudio y diligente investigación. Las percepciones claras y exactas de la verdad no serán nunca la recompensa de la indolencia. Ninguna bendición terrenal puede ser obtenida sin esfuerzo ferviente, paciente y perseverante. Si los hombres quieren tener éxito en los negocios, deben tener la voluntad de obrar, y la fe para esperar los resultados. Y no podemos esperar obtener un conocimiento espiritual sin un trabajo activo. Aquellos que desean encontrar los tesoros de la verdad deben cavar en busca de ellos como el minero cava para hallar el tesoro escondido en la tierra. Ningún trabajo frío e indiferente será provechoso. Es esencial para los viejos y los jóvenes no solamente leer la Palabra de Dios, sino estudiarla con fervor y consagración, orando e investigando para hallar la verdad como tesoro escondido. Los que hagan esto serán recompensados, pues Cristo avivará su inteligencia.

Nuestra salvación depende de nuestro conocimiento de la verdad contenida en las Escrituras. Es la voluntad de Dios que nosotros poseamos dicho conocimiento. Investigad, oh, investigad la preciosa Biblia con corazones hambrientos. Explorad la Palabra de Dios como el minero explora la tierra para encontrar las vetas de oro. Nunca abandonéis el estudio hasta que os hayáis asegurado de vuestra relación con Dios y de su voluntad con respecto a vosotros. Cristo declara: "Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré".

Los hombres de piedad y talento obtienen visiones de las realidades eternas, pero a menudo dejan de entenderlas, porque las cosas que se ven eclipsan la gloria de las que no se ven. Aquel que quiere buscar con éxito el tesoro escondido debe elevarse a propósitos más nobles que las cosas de este mundo. Sus afectos y todas sus facultades deben ser consagrados a la investigación.

La desobediencia ha impedido el acceso a una gran cantidad de conocimiento que podría haberse obtenido de las Escrituras. La comprensión significa obediencia a los mandamientos de Dios. Las Escrituras no han de ser adaptadas para satisfacer los prejuicios y los celos de los hombres. Pueden ser entendidas solamente por aquellos que buscan humildemente un conocimiento de la verdad para obedecerla.

Preguntas tú: ¿Qué haré para salvarme? Debes abandonar a la puerta de la investigación tus opiniones preconcebidas, tus ideas heredadas y cultivadas. Si escudriñas las Escrituras para vindicar tus propias opiniones, nunca alcanzarás la verdad. Estudia para aprender qué dice el Señor. Y cuando la convicción te posea mientras investigas, si ves que tus opiniones acariciadas no están en armonía con la verdad, no tuerzas la verdad para que cuadre con tu creencia, sino acepta la luz dada. Abre la mente y el corazón, para que puedas contemplar las cosas admirables de la Palabra de Dios.

La fe en Cristo como el Redentor del mundo exige un reconocimiento del intelecto iluminado, dominado por un corazón que puede discernir y apreciar el tesoro celestial. Esta fe es inseparable del arrepentimiento y la transformación del carácter. Tener fe significa encontrar y aceptar el tesoro del Evangelio con todas las obligaciones que impone.

"El que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios". Puede conjeturar e imaginar, pero sin el ojo de la fe no puede ver el tesoro. Cristo dio su vida para asegurarnos este inestimable tesoro; pero sin la regeneración por medio de la fe en su sangre, no hay remisión de pecados, ni tesoro alguno para el alma que perece.

Necesitamos la iluminación del Espíritu Santo para discernir las verdades de la Palabra de Dios. Las cosas hermosas del mundo natural no se ven hasta que el sol, disipando las tinieblas, las inunda con su luz. Así los tesoros de la Palabra de Dios no son apreciados hasta que no sean revelados por los brillantes rayos del Sol de Justicia.

El Espíritu Santo, enviado desde los cielos por la benevolencia del amor infinito toma las cosas de Dios y las revela a cada alma que tiene una fe implícita en Cristo. Por su poder, las verdades vitales de las cuales depende la salvación del alma son impresas en la mente, y el camino de la vida es hecho tan claro que nadie necesita errar en él. Mientras estudiamos las Escrituras, debemos orar para que la luz del Espíritu Santo brille sobre la Palabra, a fin de que veamos y apreciemos sus tesoros.

La recompensa de la investigación

Nadie piense que ya no hay más conocimiento que adquirir. La profundidad del intelecto humano puede ser medida; las obras de los autores humanos pueden dominarse, pero el más alto, profundo y ancho arrebato de la imaginación no puede descubrir a Dios. Hay una infinidad más allá de todo lo que podamos comprender. Hemos contemplado solamente una vislumbre de la gloria divina y de la infinitud del conocimiento y la sabiduría; hemos estado trabajando, por así decirlo, en la superficie de la misma, cuando el rico metal del oro está debajo de la superficie, para recompensar al que cave en su búsqueda. El pozo de la mina debe ser ahondado cada vez más, y el resultado será el hallazgo del glorioso tesoro. Por medio de una fe correcta, el conocimiento divino llegará a ser el conocimiento humano.

Nadie puede escudriñar las Escrituras con el Espíritu de Cristo y quedar sin recompensa. Cuando el hombre esté dispuesto a ser instruido como un niñito, cuando se someta completamente a Dios, encontrará la verdad en su Palabra. Si los hombres fueran obedientes comprenderían el plan del gobierno de Dios. El mundo celestial abriría sus cámaras de gracia y de gloria a la exploración. Los seres humanos serían totalmente diferentes de lo que son ahora; porque al explorar las minas de la verdad, los hombres quedarían ennoblecidos. El misterio de la redención, la encarnación de Cristo, su sacrificio expiatorio, no serían, como ahora, vagos en nuestra mente. Serían no solamente mejor comprendidos, sino del todo más altamente apreciados.

En la oración que Cristo dirigió al Padre, dio al mundo una lección que debe ser grabada en la mente y el alma. "Esta empero es la vida eterna -dijo-: que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado". Esta es la verdadera educación. Imparte poder. El conocimiento experimental de Dios y de Cristo Jesús, a quien él ha enviado, transforma al hombre a la imagen de Dios. Le da dominio propio, sujetando cada impulso y pasión de la baja naturaleza al gobierno de las facultades superiores de la mente. Convierte a su poseedor en hijo de Dios y heredero del cielo. Lo pone en comunión con la mente del Infinito, y le abre los ricos tesoros del universo.

Este es el conocimiento que se obtiene al escudriñar la Palabra de Dios. Y este tesoro puede ser encontrado por toda alma que desea dar todo lo que posee por obtenerlo.

"Si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros; entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios".