Palabras de Vida del Gran Maestro

Capítulo 21

Cómo se decide nuestro destino

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EN LA parábola del hombre rico y Lázaro, Cristo muestra que los hombres deciden su destino eterno en esta vida. La gracia de Dios se ofrece a cada alma durante este tiempo de prueba. Pero si los hombres malgastan sus oportunidades en la complacencia propia, pierden la vida eterna. No se les concederá ningún tiempo de gracia complementario. Por su propia elección han constituido una gran sima entre ellos y su Dios.

Esta parábola presenta un contraste entre el rico que no ha hecho de Dios su sostén y el pobre que lo ha hecho. Cristo muestra que viene el tiempo en que será invertida la posición de las dos clases. Los que son pobres en los bienes de esta tierra, pero que confían en Dios y son pacientes en su sufrimiento, algún día serán exaltados por encima de los que ahora ocupan los puestos más elevados que puede dar el mundo, pero que no han rendido su vida a Dios.

"Había un hombre rico -dijo Cristo-, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, el cual estaba echado a la puerta de él, lleno de llagas, y deseando hartarse de las migajas que caían de la mesa del rico".

El rico no pertenecía a la clase representada por el juez inicuo, que abiertamente declaraba que no hacía caso de Dios ni de los hombres. El rico pretendía ser hijo de Abrahán. No trataba con violencia al mendigo, ni lo echaba 205 porque le era desagradable su aspecto. Si el pobre y repugnante individuo podía consolarse contemplándolo cuando entraba por su puerta, el rico estaba de acuerdo con que permaneciera allí. Pero revelaba una egoísta indiferencia a las necesidades de su hermano doliente.

Entonces no había hospitales en los cuales se cuidara a los enfermos. Se llamaba la atención de aquellos a quienes el Señor había confiado riquezas, hacia los doloridos y necesitados, para que éstos recibieran socorro y simpatía. Tal era el caso del mendigo y el rico. Lázaro necesitaba grandemente socorro; porque no tenía amigos, hogar, dinero ni alimento. Sin embargo, mientras el rico noble podía suplir todas sus necesidades, lo dejaba en esa condición día tras día. El que podía aliviar grandemente los sufrimientos de su prójimo, vivía para sí, como muchos lo hacen hoy día.

En la actualidad hay muchos, muy cerca de nosotros, que están hambrientos, desnudos y sin hogar. El descuido manifestado por nosotros al no dar de nuestros medios a esos necesitados y dolientes, nos carga con una culpabilidad que algún día temeremos afrontar. Toda avaricia es condenada como idolatría. Toda complacencia egoísta es una ofensa a la vista de Dios.

Dios había hecho del rico un mayordomo de sus medios, y su deber era atender casos tales como el del mendigo. Se había dado el mandamiento: "Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder", y "amarás a tu prójimo como a ti mismo". El rico era judío, y conocía este mandato de Dios. Pero se olvidó de que era responsable por el uso de esos medios y capacidades que se le habían confiado. Las bendiciones del Señor descansaban abundantemente sobre él, pero las empleaba egoístamente, para honrarse a sí mismo y no a su Hacedor. Su obligación de usar esos dones para la elevación de la humanidad, era proporcional a esa abundancia. Tal era la orden divina, pero el rico no pensó en su obligación para con Dios. Prestaba dinero, y cobraba interés por lo que había prestado; pero no pagaba interés por lo que Dios le había prestado. Tenía conocimiento y talentos, pero no los utilizaba. Olvidado de su responsabilidad ante Dios, dedicaba al placer todas sus facultades. Todo lo que lo rodeaba, su círculo de diversiones, la alabanza y la lisonja de sus amigos, ministraba a su gozo egoísta. Tan absorto estaba en la sociedad de sus amigos que perdió todo sentido de su responsabilidad de cooperar con Dios en su ministración de misericordia. Tuvo oportunidad de entender la Palabra de Dios y practicar sus enseñanzas; pero la sociedad amadora del placer que él escogió ocupaba de tal manera su tiempo que se olvidó del Dios de la eternidad.

Vino el tiempo en que se realizó un cambio en la condición de los dos hombres. El pobre había sufrido todos los días, pero había sido paciente y soportado en silencio. Con el transcurso del tiempo murió y fue enterrado. No hubo lamentaciones por él; pero mediante su paciencia en los sufrimientos había testificado por Cristo, había soportado la prueba de su fe, y a su muerte se lo representa llevado por los ángeles al seno de Abrahán.

Lázaro representa a los pobres dolientes que creen en Cristo. Cuando suene la trompeta, y todos los que están en la tumba oigan la voz de Cristo y salgan, recibirán su recompensa; pues su fe en Dios no fue una mera teoría, sino una realidad.

"Murió también el rico, y fue sepultado. Y en el infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vio a Abrahán de lejos, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abrahán, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque soy atormentado en esta llama".

En la parábola Cristo estaba haciendo frente al público en su propio terreno. La doctrina de un estado de existencia consciente entre la muerte y la resurrección era sostenida por muchos de aquellos que estaban escuchando las palabras de Cristo. El Salvador conocía esas ideas, e ideó su parábola de manera tal que inculcara importantes verdades por medio de esas opiniones preconcebidas. Colocó ante sus oyentes un espejo en el cual se habían de ver a sí mismos en su verdadera relación con Dios. Empleó la opinión prevaleciente para presentar la idea que deseaba destacar en forma especial, es a saber, que ningún hombre es estimado por sus posesiones; pues todo lo que tiene le pertenece en calidad de un préstamo que el Señor le ha hecho. Y un uso incorrecto de estos dones lo colocará por debajo del hombre más pobre y más afligido que ama a Dios y confía en él.

Cristo desea que sus oyentes comprendan que es imposible que el hombre obtenga la salvación del alma después de la muerte. "Hijo -se le hace responder a Abrahán-, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males, mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Y además de esto, una grande sima está constituida entre nosotros y vosotros, que los que quisieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá". Así Cristo presentó lo irremediable y desesperado que es buscar un segundo tiempo de gracia. Esta vida es el único tiempo que se le ha concedido al hombre para que en él se prepare para la eternidad.

El hombre rico no había abandonado la idea de que él era un hijo de Abrahán, y en su aflicción se lo representa llamándolo para pedirle ayuda. "Padre Abrahán -clamó-, ten misericordia de mí". No oró a Dios, sino a Abrahán. Así demostró que colocaba a Abrahán por encima de Dios, y que confiaba en su relación con Abrahán para obtener la salvación. El ladrón que se hallaba en la cruz dirigió su oración a Cristo. "Acuérdate de mí cuando vinieras en tu reino", dijo. Y al momento vino la respuesta: De cierto te digo hoy -mientras cuelgo de la cruz con humillación y sufrimiento: tú estarás conmigo en el paraíso. Pero el hombre rico oró a Abrahán, y su petición no fue concedida. Sólo Cristo es exaltado por "Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados". "Y en ningún otro hay salud".

El hombre rico había pasado su vida en la complacencia propia, y se dio cuenta demasiado tarde de que no había hecho provisión para la eternidad. Comprendió su insensatez y pensó en sus hermanos, los que seguirían el mismo camino que él, viviendo para agradarse a sí mismos. Entonces hizo esta petición: "Ruégote pues, padre, que le envíes [a Lázaro] a la casa de mi padre; porque tengo cinco hermanos; para que les testifique, porque no vengan ellos también a este lugar de tormento". Pero Abrahán le dijo: "A Moisés y a los profetas tienen: óiganlos. El entonces dijo: No, padre Abrahán: mas si alguno fuere a ellos de los muertos, se arrepentirán. Mas Abrahán le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantara de los muertos".

Cuando el hombre rico solicitó evidencia adicional para sus hermanos, se le dijo sencillamente que si se les concediera tal evidencia no se convencerían. Su pedido implica un reproche a Dios. Era como si el rico hubiera dicho: "Si me hubieses amonestado cabalmente, no estaría hoy aquí. Se lo representa a Abrahán respondiendo a este pedido de la siguiente forma: Tus hermanos han sido suficientemente amonestados. Se les ha concedido luz, pero ellos no quisieron ver; se les ha presentado la verdad, pero no la quisieron oír.

"Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantara de los muertos". Estas palabras demostraron ser ciertas en la historia de la nación judía. El último y culminante milagro de Cristo fue la resurrección de Lázaro de Betania, después que había estado muerto durante cuatro días. Se les concedió a los judíos esta maravillosa evidencia de la divinidad del Salvador, pero la rechazaron. Lázaro se levantó de los muertos, y presentó ante ellos su testimonio, pero endurecieron su corazón, contra toda evidencia, y hasta trataron de quitarle la vida.

La ley y los profetas son los agentes señalados por Dios para la salvación de los hombres. Cristo dijo: Presten ellos oído a estas evidencias. Si no escuchan la voz de Dios en su Palabra, el testimonio de un ser levantado de los muertos no sería escuchado.

Aquellos que prestan oído a Moisés y a los profetas no necesitarán más luz o conocimiento de los que Dios les ha dado; pero si los hombres rechazan la luz, y dejan de apreciar las oportunidades que les fueron otorgadas, no oirían si uno de los muertos fuera a ellos con un mensaje. No se convencerían ni aun por esta evidencia; porque aquellos que rechazan la ley y los profetas endurecen de tal suerte su corazón que rechazarían toda luz.

La conversación sostenida entre Abrahán y el hombre que una vez fuera rico es figurada. La lección que hemos de sacar de ella es que a todo hombre se le ha concedido el conocimiento suficiente para la realización de los deberes que de él se exigen. Las responsabilidades del hombre son proporcionales a sus oportunidades y privilegios. Dios concede a cada uno la luz y la gracia suficientes para que efectúe la obra que le ha dado. Si el hombre deja de hacer lo que una pequeña luz le muestra que es su deber, una mayor cantidad de luz revelará únicamente infidelidad y negligencia en aprovechar las bendiciones concedidas. "El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto". Aquellos que rehusan ser iluminados por Moisés y los profetas, y piden que se realice algún maravilloso milagro, no se convencerían tampoco si su deseo se realizara.

La parábola del hombre rico y Lázaro muestra cómo son apreciadas en el mundo invisible las dos clases que se representan. No hay ningún pecado en ser rico, si las riquezas no se adquieren injustamente. Un hombre rico no es condenado por tener riquezas; pero la condenación descansa sobre él si los medios que se le han confiado son gastados egoístamente. Mucho mejor sería que colocara su dinero ante el trono de Dios, usándolo para lo bueno. La muerte no puede convertir en pobre a un hombre que de esta manera se dedica a buscar las riquezas eternas. Pero el hombre que amontona para sí su tesoro, no puede llevar nada de él al cielo. Ha demostrado ser un mayordomo infiel. Durante toda su vida tuvo sus buenas cosas, pero se olvidó de su obligación para con Dios. Dejó de obtener el tesoro celestial.

El hombre rico que tenía tantos privilegios nos es presentado como uno que debió haber cultivado sus dones, de manera que sus obras transcendiesen hasta el gran más allá, llevando consigo ventajas espirituales aprovechadas. Es el propósito de la redención, no solamente borrar el pecado, sino devolver al hombre los dones espirituales perdidos a causa del poder empequeñecedor del pecado. El dinero no puede ser llevado a la vida futura; no se necesita allí; pero las buenas acciones efectuadas en la salvación de las almas para Cristo son llevadas a los atrios del cielo. Mas aquellos que emplean egoístamente los dones del Señor para sí mismos, dejando sin ayuda a sus semejantes necesitados, y no haciendo nada porque prospere la obra de Dios en el mundo, deshonran a su Hacedor. Frente a sus nombres en los libros del cielo está escrito: "Robó a Dios".

El hombre rico tenía todo lo que el dinero puede procurar, pero no poseía las riquezas que habrían conservado bien su cuenta con Dios. Vivió como si todo lo que poseía fuera suyo. Había descuidado el llamamiento de Dios y los clamores de los pobres que sufrían. Pero al fin viene un llamado que él no puede eludir. Por un poder al cual no le es posible objetar ni resistir, se le ordena que renuncie a las posesiones de las cuales él ya no es mayordomo. El hombre que una vez fuera rico es reducido a una desesperada pobreza. El manto de la justicia de Cristo, tejido en el telar del cielo, nunca podrá cubrirlo. El que una vez usara la púrpura más rica, el lino más fino, es reducido a la desnudez. Su tiempo de gracia ha terminado. Nada trajo al mundo, y nada puede llevar de él.

Cristo levantó el velo, y presentó el cuadro ante los sacerdotes y los gobernantes, los escribas y los fariseos. Contempladlo vosotros, los que sois ricos en bienes de este mundo, y no sois ricos en lo que a Dios respecta. ¿No contemplaréis esta escena? Aquello que es altamente estimado entre los hombres es aborrecible a la vista de Dios. Cristo pregunta: "¿Qué aprovechará al hombre, si granjeare todo el mundo, y pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?"

La aplicación a la nación judía

Cuando Cristo presentó la parábola del hombre rico y Lázaro, había muchos hombres, en la nación judía, que se hallaban en la miserable condición del hombre rico, que usaban los bienes del Señor para su complacencia egoísta, preparándose para oír la sentencia: "Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto". El hombre rico fue favorecido con toda bendición temporal y espiritual, pero rehusó cooperar con Dios en el empleo de esas bendiciones. Tal ocurrió con la nación judía. El Señor había hecho de los judíos los depositarios de la verdad sagrada. Los había convertido en mayordomos de su gracia. Les había dado toda ventaja espiritual y temporal y los llamó para que impartieran esas bendiciones. Se les había impartido instrucción especial con respecto a la forma de tratar a sus hermanos que habían caído en la pobreza, al extranjero que estuviese dentro de sus puertas y al pobre que se encontraba entre ellos. No habían de tratar de buscar todas las cosas para su propia ventaja, sino que habían de recordar a aquellos que se hallaban en necesidad, para compartir con ellos sus bienes. Y Dios prometió bendecirlos de acuerdo con sus hechos de amor y misericordia. Pero a semejanza del hombre rico, ellos no habían cooperado para aliviar las necesidades materiales y espirituales de la doliente humanidad. Llenos de orgullo, se consideraban como el pueblo escogido y favorecido por Dios; sin embargo no servían ni adoraban a Dios. Colocaban su esperanza en el hecho de que eran hijos de Abrahán: "Simiente de Abrahán somos", decían con orgullo. Cuando vino la crisis, se reveló que se habían divorciado de Dios, y habían colocado su esperanza en Abrahán, como si él fuera Dios.

Cristo anhelaba hacer brillar la luz dentro de las mentes entenebrecidas del pueblo judío. Les dijo: "Si fuerais hijos de Abrahán, las obras de Abrahán haríais. Empero ahora procuráis matarme, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios: no hizo esto Abrahán".

Cristo no reconoció ninguna virtud en el linaje. El enseñó que la relación espiritual sobrepuja toda relación natural. Los judíos pretendían haber descendido de Abrahán; mas al dejar de hacer las obras de Abrahán demostraron no ser verdaderos hijos. Tan sólo aquellos que demuestran estar espiritualmente en armonía con Abrahán, al obedecer la voz de Dios, son considerados como sus verdaderos descendientes. Aunque el mendigo perteneciera a la clase que los hombres consideraban inferior, Cristo lo reconoció como a uno con quien Abrahán hubiera tenido la más íntima amistad.

El hombre rico, aunque rodeado de todos los lujos de la vida, era tan ignorante que colocó a Abrahán en el lugar donde debía haber estado Dios. Si hubiera apreciado sus exaltados privilegios, y hubiera permitido que el Espíritu de Dios modelara su mente y su corazón, habría tenido una posición completamente distinta. Esto ocurría también con la nación a la cual representaba. Si hubieran respondido al llamamiento divino, su futuro habría sido completamente distinto. Habrían demostrado verdadero discernimiento espiritual. Tenían medios que Dios habría multiplicado, haciendo que fueran suficientes para bendecir e iluminar a todo el mundo. Pero se habían separado tanto de las disposiciones de Dios que su vida entera fue pervertida. No usaron sus dones como mayordomos de Dios, de acuerdo con la verdad y la justicia. La eternidad no figuraba en sus cálculos, y el resultado de su infidelidad fue la ruina de toda la nación.

Cristo sabía que en ocasión de la destrucción de Jerusalén los judíos recordarían su amonestación. Y así fue. Cuando la calamidad vino sobre Jerusalén, cuando el hambre y sufrimientos de todo género azotaron al pueblo, los judíos recordaron esas palabras de Cristo, y comprendieron su parábola. Ellos se habían acarreado el sufrimiento por no dejar que la luz que Dios les concediera brillara hacia el mundo.

En los últimos días

Las escenas finales de la historia de esta tierra se hallan presentadas en la parte final de la historia del hombre rico. Este pretendía ser hijo de Abrahán, pero se hallaba separado de él por un abismo insalvable, esto es, un carácter equivocadamente desarrollado. Abrahán sirvió a Dios, siguiendo su palabra con fe y obediencia. Pero el hombre rico no se preocupaba de Dios ni de las necesidades de la doliente humanidad. El gran abismo que existía entre él y Abrahán era el abismo de la desobediencia. Hay muchos hoy día que están siguiendo la misma conducta. Aunque son miembros de la iglesia, no están convertidos. Puede ser que tomen parte en el culto, puede ser que canto el salmo: "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama Aprender de Cristo significa recibir su gracia, la cual por ti, oh Dios, el alma mía", pero dan testimonio de una falsedad. No son más justos a la vista de Dios que los más señalados pecadores. El alma que suspira por la excitación de los placeres mundanos, la mente que ama la ostentación, no puede servir a Dios. Como el rico de la parábola, una persona tal no siente inclinación al luchar contra los deseos de la carne. Se deleita en la complacencia del apetito. El escoge la atmósfera del pecado. Es de repente arrebatado por la muerte, y descienda el sepulcro con el carácter que ha formado durante su vida de compañerismo con los agentes satánicos. En el sepulcro no tiene poder de escoger nada, sea bueno o malo; porque el día en que el hombre muere, perecen sus pensamientos.

Cuando la voz de Dios despierte a los muertos, él saldrá del sepulcro con los mismos apetitos y pasiones, los mismos gustos y aversiones que poseía en la vida. Dios no hará ningún milagro por regenerar al hombre que no quiso ser regenerado cuando se le concedió toda oportunidad y se le proveyó toda felicidad para ello. Mientras vivía no hallo deleite en Dios, ni hallo placer a su servicio. Su carácter no se halla en armonía con Dios y no podrá ser feliz en la familia celestial.

Hoy día existe una clase de persona en nuestro mundo que tiene la justicia propia. No son comilones, no son borrachos, no son incrédulos; pero quieren vivir para sí mismos, no para Dios. El no se halla en sus pensamientos; por consiguiente se los califica con los incrédulos. Si les fuera posible entrar por las puertas de la ciudad de Dios, no podrían tener derecho al árbol de la vida; porque cuando los mandamientos de Dios fueron presentados ante ellos con todos sus requerimientos dijeron: No. No han servido de Dios aquí; por consiguiente no lo servirían en el futuro. No podrían vivir en su presencia, y no se sentirían a gusto en ningún lugar del cielo.

Aprender de Dios significa recibir su gracia, la cual es su carácter. Pero aquellos que no aprecian ni aprovechan las preciosas oportunidades y las sagradas influencias que le son concedidas en la tierra, no están capacitados para tomar parte en la devoción pura del cielo. Su carácter no está moldeado de acuerdo con la similitud divina. Por su propia negligencia han formado un abismo que nada puede salvar. Entre ellos y la justicia se ha formado una gran sima.